Hay cosas que no se pueden actuar, dije alguna vez. Y es verdad. Hay cosas, como ese temblor ante el solo roce de tu piel, como ese placer cuando me encuentro con tus ojos, como esa sensación que nada tiene que ver con el cuerpo, que no se pueden actuar.
Amor, le dicen, pero a mi me suena como un término tan burdo para lo que me generas. De todas formas no existe otro nombre para llamarlo, así que con ese me quedaré. Pero como te aseguré alguna vez, lo que yo viví y sentí va más allá. Supera todo lo que yo conozco.
Te sentí destino, e infinito. Arrebatador, casi divino. Sentí ese abrazo, cada beso, hasta la última de las caricias. Y así como todo llegó, ese día se fue.
Pero entonces, siempre volvimos al mismo lugar. Sin importar la espera, o la negación, ni siquiera el dolor.
Los errores, las heridas, los escapes de la soledad, las paranoias, no importan realmente. . . no para mí.
Y por eso escribo esto, porque sé que decirlo en voz alta ya no sirve, no escucharías. Porque guardarlo solo me hace peor. Entonces lo escribo. Para mantener viva esta esperanza, hace un año todo esto no era diferente de como es ahora. "Yo no creo en las segundas oportunidades, creo en volver a empezar", leí por ahí. Así que solo queda esperar otro comienzo.
Felices 20.